"El tiempo fluye siempre igual como fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando. Como el río, se enreda entre las ovas tiernas y el musgo de la infancia. Como él, se despeña por los desfiladeros y los saltos que marcan el inicio de su aceleración.
Hasta los veinte o treinta años uno cree que el tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume. Pero llega un momento en que el hombre descubre la traición de los años. Llega siempre un momento, en el que de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo.
A partir de ese instante, los días y los años comienzan a acortarse y el tiempo se convierte en un vapor efímero, que envuelve poco a poco el corazón, adormeciéndolo. Y, así, cuando queremos darnos cuenta, es tarde para intentar siquiera rebelarse".
Julio Llamazares.
"La lluvia amarilla", fragmento.
La lluvia amarilla. Portada. |
La lluvia amarilla es el monólogo del último habitante de un pueblo abandonado del pirineo aragonés llamado Ainelle.
La narración, altamente recomendable, evoca la memoria de un tiempo de abandono en los difíciles y aislados inviernos del Sobrepuerto.
El relato tiene el poder de introducirnos en este mundo rural que evoca la miseria y la tristeza del hombre. A nadie deja indiferente.
"Durante varias noches, sentados junto al fuego,escuchamos aullar al viento como un perro rabioso en el tejado. Parecía como si aquel hosco visitante nunca más hubiera de dejarnos. Como si su irrupción repentina e inesperada no tuviera justamente otra razón que la de hacernos compañía en aquel primer invierno que Sabina y yo habríamos de pasar completamente solos ya en Ainelle".
Fragmento.
*Recomiendo leer el libro en invierno, por la noche y dentro de la cama.
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